Los Objetos que Duermen en la Playa






Óyeme, que te llamo. Vida mía,
sí, vida mía, vida mía sola.

¿De quién más, de quién más si solamente

puedo ser yo quien cante a tus oídos:

vida, vida, mi vida, vida mía?

¿Qué soy sin ti, mi amor? Dime qué fuera

sin ese fuerte y dulce muro blando

que me da luz cuando me da la sombra,

sueño, cuando se escapa de mis ojos.

Yo no puedo dormir. ¡Cuántas auroras,

oscuras, braceando en las tinieblas,

sin encontrarte, amor! ¡Cuántos amargos

golpes de sal, sin ti, contra mi boca!

¿Dónde estás? ¿Dónde estás? Dime, amor mío.

¿Me escuchas? ¿No me sientes

llegar como una lágrima llamándote,

por encima del mar, en esta noche?


"Retornos del amor en las arenas"
Rafael Alberti

La tarjeta llegó a su puerta golpeando con el viento de "marzos" olvidados. Abrió y al instante sintió una sensación seca y gélida que comenzaba a enrollársele de los pies a la cabeza. Frío. No hizo falta ver el remitente: sabía que era Ella. Siempre era Ella, pensó. Sonrió con ironía mientras se alejaba despacio por un pasillo oscuro y silencioso.
Era única perturbando su vida. Cuando creía que la paz por fin comenzaba a inundar de nuevo su pecho, Ella regresaba para interrumpirla sin siquiera detenerse en sus ojos que ahora, sin un lugar determinado al cual dirigir una mirada, terminaron por difuminarse al pasado.

Recordó la última gota de sudor que cayó cerca de sus labios mientras le hacía el amor en medio del invierno, sin saber a ciencia cierta si nació de su frente o desde la comisura de sus ojos, y que él lamió para heredar el misterio de su sabor cítrico, ácido y venenoso, propio de la fatalidad. Aquel mismo veneno que salía de sus labios y que él besaba incansable, claro, transparente y sin olor, pero con sabor acre, que le revolvía el estómago horas después de haberla despedido y que le seguiría persiguiendo agolpado en su garganta por las kilométricas calles de su ciudad, era el que ahora, en la distancia temporal y física que los separaba, seguía desgarrándole en sus pensamientos de soledad y abandono.

No era posible el olvido. No con Ella. No mientras las sábanas blancas de su cama siguiesen confundiéndose con su piel y continuase estrechando su espalda en sus largos brazos intentando llevarla consigo, al futuro; soñando con volver a mirar sus ojos café tostado, deseando sus labios, tiernos, carnosos; enhebrando cuentos con los ondulados cabellos que, mañana tras mañana, rescataba de su húmeda almohada.
Sus días pasaban de la fresca brisa a las profundidades abismales en la terrible escena del abandono. Imposible olvidar. No a Ella. Ella, que se había acordado de que hoy era su día.

Se dejó caer en la cama y comenzó a leer aquella tarjeta que llegó con el viento de "marzos" olvidados.

¡ATENCIÓN!
Abrir con cuidado.
Esta tarjeta contiene una cantidad infinita de viento, arena y salitre recogidos desde una pequeña porción de playa donde quedaron enterrados dos pares de pies...

“Feliz cumpleaños.”

Alguien lo había dicho: “La felicidad es el fantasma que habita en una gota de lágrima.”
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