Cuando Me Encuentren








Yo no sé lo que busco eternamente 
en la tierra, en el aire y en el cielo; 
yo no sé lo que busco; pero es algo 
que perdí no sé cuando y que no encuentro, 
aun cuando sueñe que invisible habita 
en todo cuanto toco y cuanto veo. 
Felicidad, no he de volver a hallarte 
en la tierra, en el aire, ni en el cielo, 
y aun cuando sé que existes 
y no eres vano sueño!


Yo no sé lo que busco eternamente... 
Rosalía de Castro





Al llegar todo estaba en silencio. Caminé sobre la alfombra de arabescos hasta la recepción. Recogí las llaves de mi habitación y subí, también yo, en el más absoluto de los silencios.
La habitación estaba tal y como la recordaba. Descorrí las cortinas y abrí las ventanas. Siempre me gustó escuchar el incesante alboroto que llegaba desde la Plaza de San Marcos. Coloqué mi pequeña maleta a un lado del espejo y me senté en el sillón de tela frente a la cama. Cerré los ojos y tu voz comenzó a llenar la estancia...

"A Venecia se la puede ver de mil maneras diferentes, pero para mí, son solo dos. La primera y preferida, como una ciudad mágica, repleta de colores, música, balcones floridos, palacios, puentes e iglesias, absolutamente atrapante, bella y seductora en cada vuelta de esquina donde uno ve bien a todo el mundo y en segundos se acostumbra al sonido que emiten los cientos de remos en su contacto con el agua...
- ¿Y la segunda?
- Y la segunda mirada, que también tiene su belleza, como la “ Crónica de una muerte anunciada”, cuna de toda nostalgia."

Luego quedó sólo el vacío. Restos de presencia de quien ya no está. La imagen ausente se aferra con fuerzas; se cuelga de los bordes del espacio incierto que la ignora, que niega su figura en este mundo.
Yo busco (sin encontrar), las migajas de palabras que se esfuman y dispersan en este espacio, en esta dimensión confusa que me circunda.
Tu rincón quedó vacío. La ausencia cruel de tu cuerpo enfrió las sábanas que ayer te rozaban.

¿En qué lugar encuentro tus miradas? ¿Adónde tropiezo con la tibieza de tu ser que ya no está?

Te tragó el destino. Ya no ocupas el lugar que se te había ordenado. Tus partículas carnales se esfumaron, solo quedó la ráfaga de tu existencia haciendo el eco absurdo que a diario conforma a mi razón.

Me acerqué al lavabo, abrí el grifo y me refresqué la cara bajo el hilo de agua.
Opté por salir a pasear. Me puse un vestido corto sin mangas, sandalias, cogí mi cartera y salí a la luz pulverizada de la tarde.
Caminé por el largo muelle de madera entre los veleros, las tiendas y los restaurantes. No había nadie por ninguna parte. Sólo entonces me percaté de que iba tarareando una canción. Me despojé del vestido y las sandalias y seguí caminando desnuda hasta el final del muelle. Allí me esperaba la góndola. Il gondoliere me ayudó a bajar por la mohosa escalerilla. Me senté en el extremo que miraba hacia adelante. Él se colocó detrás de mí y tomó los remos.

− ¿Adónde quiere ir?
− A donde me encuentren.
- ¿Cuándo quiere llegar?
− Cuando me encuentren.

Cajones y otros Absurdos






Hiciste un semillero de ilusiones
que vivió ingenuamente en mi tristeza.
Lentamente. Fue el jugo de rencores
echados sobre el jugo de rencores
sobre el manto de la ilusión ingenua.


En mi torre de odios tuviste una ventana
(Un vidrio ilusionado, transparente y gentil.)


Ya se quebró. Es inútil que te llame mi amada
porque, mujer, en una negrura te perdí.


"Y te perdí mujer. En el camino..."
Pablo Neruda

Los sentimientos son recuerdos pendientes, los recuerdos se transforman en imágenes, las imágenes se disuelven en pensamientos, los pensamientos de repente son ideas que no cesan de acuciar para que ordene un escritorio atestado de escombros materiales y cosas absurdas.

Entre varios papeles envejecidos y arrugados, encontré una promesa. No supe recordar exactamente el porqué de la promesa, así que continué haciendo limpieza. Al retirar una caja que contenía grapas, clipes y un par de anillos, salió un atardecer de septiembre arrastrando tras de sí un olor a hojas secas, a tristes melancolías y a sangre del día derramada; a congojas amarillas, a orgasmos de memoria y a nubes de fuego incendiadas.

Dispuse la promesa que había hallado al principio en un cajón de mi mesita de noche junto con el aroma del atardecer, a ver si por aquellas se animaba y me hacía recordar la razón de su presencia. Me dio la impresión de que los dos se daban la espalda..., pero lo dejé pasar, pues nunca se me dio bien distinguir dónde tienen las promesas y los olores sus respectivas espaldas.

En una esquina, entre caramelos para la tos y un sello de lacre Luis XV, bullía un sentimiento. Si yo fuera un periodista de renombre ya habría escrito un gran artículo, pero como no lo soy, no me atreví a colocar el pasado pluscuamperfecto con el imperfecto. Me limité a mirarle de reojo por si hablaba y conseguía identificarlo. Seguí con la limpieza y supuse que quedaría en un asunto pendiente, un sentimiento sin catalogar. Podría haberlo metido en otro cajón diferente, pero me recorrió un escalofrío cuando me imaginé por un momento que siguiese mudo por mucho tiempo y que, al abrir el cajón, se me revelase de pronto como un anhelo intenso reprimido en un recuerdo. Los cajones nos sorprenden cuando menos lo esperamos.

Si yo fuese un escritor de renombre, ya habría tenido suficiente material para escribir un best-seller. Como no lo soy, me limitaré a sentir el sentimiento esperando darle un nombre junto con la promesa de no olvidarme jamás de su olor.

Quién sabe si alguno de vosotros puede ayudarme a reconocerlo...

El Escultor






Ajedrez 
Abraham Moscardó 
50 x 70 cm.
Lápices y carboncillo sobre papel

"El mundo es un tablero maravilloso en el que todos nosotros vagamos como piezas."

Nerviosa, Cinthia llamó al timbre. Finalmente se había decidido a pesar de que sus amigas le habían prevenido de que podía ser un pervertido haciéndose pasar por artista. Estaba muerta de miedo pero la necesidad del dinero pesaba mucho más y llamó de nuevo.

La puerta se abrió con brusquedad dejando escapar un aire viciado y un cierto hedor a naftalina, y tras ella apareció un enclenque y arrugado anciano. Se limitó a mirar fijamente a la muchacha, sin decir nada. Ésta tragó saliva y preguntó por el anuncio señalando el periódico. El anciano, asintiendo con la cabeza, la hizo pasar con un gesto. Cinthia vaciló por unos instantes, pero acabó entrando. No tenía elección. Necesitaba ese dinero.

El anciano la condujo a través de un largo pasillo que parecía no tener fin y de cuyas rancias y amarillentas paredes colgaban una infinidad de cuadros, de todos los tamaños y estilos, sin un orden concreto pero con un único tema pictórico: El ajedrez. Finalmente llegaron ante una puerta carcomida por los años y accedieron a una gran sala perfectamente iluminada por los rayos de luz que se filtraban a través de unos anchos ventanales. Flotaba en el ambiente un inconfundible olor a aguarrás y trementina. Sin duda, era el estudio de un pintor, aunque éste fuese tan singular.

Se presentó como Javier Morán, pintor y aficionado al ajedrez. Cinthia hizo lo propio mientras estrechaba cordialmente su mano aunque, eso sí, omitió el hecho de que fuera menor de edad. No sabía cómo podía reaccionar el viejo, así que mejor sería no arriesgarse.

Javier se sentó tranquilamente en su silla, llenó el caballete con varias hojas en blanco y, tomando un pequeño carbón, mandó a la chica que se desnudara.

Inexperta y algo avergonzada, Cinthia fue desvistiéndose torpemente hasta que finalmente quedó desnuda por completo. El pelo de la muchacha era de un color rojo alizarina que le caía hasta la cintura. Javier nunca había visto algo tan hermoso. Usó una fórmula de jugo de raíz de rubia mezclado con siena y ocre para pintarlo. Escrutó cada curva y cada pliegue con la máxima profesionalidad aunque eso no acababa de relajar a la pobre muchacha que seguía sin saber qué hacer ante su espectador. Éste, con mucha paciencia, le iba indicando qué posturas debía buscar, embadurnó su pincel y comenzó a pintar con gran rapidez.

Así estaba la muchacha, quieta como una estatua, cuando de repente sintió un fuerte hormigueo en todo el cuerpo. Pensó que quizá se le habían dormido las piernas o que posiblemente sería el frío de la estancia, más cuando quiso darse cuenta, contempló con horror que ya no tenía piernas. Convertidas en una masa blanquecina y amorfa, ahora formaban una endurecida base cilíndrica. Presa del pánico, quiso gritar pero no pudo. Su boca ya no estaba donde se suponía que debía estar. Una corteza blanca y fría estaba invadiendo sus miembros, transformándolos. Sus pómulos parecían puntas de lanza de algún antepasado alpino. Lo último que pudo contemplar, antes de perder la visión, fue un suelo escaqueado y, a su lado, cientos y miles de piezas que se acumulaban en total desorden y variedad. Agotadas sus fuerzas, Cinthia palideció y, vencida, se apagó.

El anciano examinó con gran satisfacción la obra. Ese pequeño peón blanco, fino y delicado, encajaba a la perfección con el resto de la composición. Sonrió.De repente pareció tener prisa. Puso el pincel en remojo y guardó la paleta. Apenas se había deshecho de las cosas de la chica, cuando llamaron a la puerta. Atravesó el largo pasillo con olor a naftalina y trementina y, ceremonioso, abrió la puerta.

Ante él, en el rellano, había un muchacho nigeriano de unos veinte años. El joven, tras saludar educadamente, le preguntó por el anuncio.



 Agradecimiento especial a Abraham Moscardó por permitir el uso de su extraordinario arte.
Para ti este relato :)

Castillos en el Aire






-¡Que extraño! -dijo la muchacha avanzando cautelosamente-. ¡Qué puerta más pesada!
La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.
-¡Dios mío! -dijo el hombre-. Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro. ¡Cómo, nos han encerrado a los dos!
-A los dos no. A uno solo -dijo la muchacha.
Pasó a través de la puerta y desapareció.


Final para un Cuento Fantástico. 
I.A. Ireland



Yo no sé contar cuentos. Tampoco sé escribirlos. Ni siquiera soy capaz de encontrarles un principio ni un final. Pero adoro que me los cuenten. Que me los escriban. Y siempre que lo hacen, queda suspendida en el aire la misma pregunta:


¿Qué hay dentro de los cuentos?

Los Picaportes de mi Vida






Nos toma sin un porqué,
sin hora señalada,
sin un tímido ademán sobre la espalda;
franquea el instante su presencia advenediza,
pálida huésped
con su viudez de fiesta.

Y se asila en silencio,
fibra a fibra
se instala en nuestro lecho y nuestra mesa,
trasgrede todo muro, toda puerta
donde el alma se defiende
en pro y en contra.

"Presencia de la tristeza"
Flor Alba Uribe

Frio día.
Respiré el aire limpio, húmedo, de aquella mañana de invierno.
La calle estaba preparada para entregarse al caer de una lluvia que involucra aguas y hojas, desatadas desde el cielo. Algunas ráfagas cómplices se avecinaron y absurdas, comenzaron a adentrarse en la casa llevándose consigo ropas, pieles y amores.
La lluvia se lo lleva todo y hasta lo que creemos nuestro, ya no lo es.

Y entonces, tirité. Eché a correr por el pasillo blanco, iluminado, hasta la habitación que compartíamos. La puerta, también blanca, con picaporte metálico, se dibuja sobre la pared lisa a intervalos regulares. Me sobresalté al percibir un leve zumbido. Procedía del tubo incandescente de la cocina. O del propio oído, que se esforzaba por captar algún eco, el mínimo crujido.
Silencio. Ni un rumor, ni un paso. Sólo el ronroneo constante del espacio vacío. La respiración del pasillo.

Entré. Registré el armario, la mesilla, la estantería de la que habían desaparecido todas sus cosas, levanté el colchón, abrí los cajones, me tiré en el suelo para mirar debajo de las camas, y aunque no sabía lo que estaba buscando, no encontré ya ninguna cosa que hubiera sido suya.
Nada, excepto yo misma.

Autobiográfico






Esto ya va mejor.
Ya no le tengo miedo.

Y me complace que usted,
como quien no quiere la cosa,
haya fijado el barniz de sus ojos en mis piernas.

"Esto ya va mejor..."
Almudena Guzmán



- Tú me miraste -le dije despacio, segura de que me entendería-. Porque sabes mirarme.

Luego, la calle Sagunto cerró sus brazos sobre mí como sólo saben cerrarse los brazos de un amante.


(Y así sigo mis dias, tomando apuntes a través de historias que quizás han pasado, que pueden estar pasando y que yo registro en forma de instantes, de sensaciones, y que luego me las guardo muy dentro para que un día, no sé cuándo, me cuenten esos detalles de la vida que sigo sin entender pero que no me importa..., porque los vivo como un tesoro para luego compartirlos contigo.)

Vestida de Mar






Que hay otro ser, por el que miro el mundo,
porque me está queriendo con sus ojos.

Que hay otra voz con la que digo cosas

no sospechadas por mi gran silencio;

y sé que también me quiere con su voz.


"Qué alegría vivir"
Pedro Salinas


Me voy vestida de mar.
Me acompañan huellas
y mudas penas
por la blanda arena
hasta la espuma.
Voy a callar la voz
arrullada en el canto
de las caracolas
vestida de mar oscuro.

Y si llama él
no le digais nunca que estoy.
Decidle que me he ido
con mi soledad.
Que salí a buscar
voces antiguas
de viento y de sal.
Voces nuevas
que requiebren mi alma

Me lleva el mar
Y me voy hacia allá
Como en sueños,
dormida,
vestida de mar.

El Deambular de la Palabra






Y cada cual pronuncia esa palabra
con un secreto temor y una secreta demencia.

"La Palabra"
Benítez de Reyes



Recuerdo que te dije que llegaríamos tarde.

Tú ibas como adormilada mientras caminábamos en la silenciosa tarde por aquel pueblo de largas calles adoquinadas. Yo, delante tuya, sin más aliento que el que me proporcionaba el aire de tus suspiros, iba apremiándote con la mirada. Seguías sin creer en que pudiésemos entrar y te quedaste rezagada escuchando cómo nos llamaban por nuestro nombre los cánticos del viento para llevarnos hacia ninguna parte. Te gustaba, ¿recuerdas? Escuchar al viento. Yo te cogí de la mano y pegué mis labios a tu oreja para penetrarte con la palabra, recorriéndote al fin de punta a punta, y rogué para que detuviese tu cuerpo, y le diese la vuelta, y enderezase tus piernas, y la vi asomarse al borde de tus ojos, y cómo daba vueltas por tu cuello para descender muda por tu espalda y cambiar de ruta… y me di cuenta de que llegábamos tarde. Demasiado tarde. Tanto que volvimos separados sin haber podido entrar dentro del cuento que se extendía detrás de tu sonrisa.

Los Objetos que Duermen en la Playa






Óyeme, que te llamo. Vida mía,
sí, vida mía, vida mía sola.

¿De quién más, de quién más si solamente

puedo ser yo quien cante a tus oídos:

vida, vida, mi vida, vida mía?

¿Qué soy sin ti, mi amor? Dime qué fuera

sin ese fuerte y dulce muro blando

que me da luz cuando me da la sombra,

sueño, cuando se escapa de mis ojos.

Yo no puedo dormir. ¡Cuántas auroras,

oscuras, braceando en las tinieblas,

sin encontrarte, amor! ¡Cuántos amargos

golpes de sal, sin ti, contra mi boca!

¿Dónde estás? ¿Dónde estás? Dime, amor mío.

¿Me escuchas? ¿No me sientes

llegar como una lágrima llamándote,

por encima del mar, en esta noche?


"Retornos del amor en las arenas"
Rafael Alberti

La tarjeta llegó a su puerta golpeando con el viento de "marzos" olvidados. Abrió y al instante sintió una sensación seca y gélida que comenzaba a enrollársele de los pies a la cabeza. Frío. No hizo falta ver el remitente: sabía que era Ella. Siempre era Ella, pensó. Sonrió con ironía mientras se alejaba despacio por un pasillo oscuro y silencioso.
Era única perturbando su vida. Cuando creía que la paz por fin comenzaba a inundar de nuevo su pecho, Ella regresaba para interrumpirla sin siquiera detenerse en sus ojos que ahora, sin un lugar determinado al cual dirigir una mirada, terminaron por difuminarse al pasado.

Recordó la última gota de sudor que cayó cerca de sus labios mientras le hacía el amor en medio del invierno, sin saber a ciencia cierta si nació de su frente o desde la comisura de sus ojos, y que él lamió para heredar el misterio de su sabor cítrico, ácido y venenoso, propio de la fatalidad. Aquel mismo veneno que salía de sus labios y que él besaba incansable, claro, transparente y sin olor, pero con sabor acre, que le revolvía el estómago horas después de haberla despedido y que le seguiría persiguiendo agolpado en su garganta por las kilométricas calles de su ciudad, era el que ahora, en la distancia temporal y física que los separaba, seguía desgarrándole en sus pensamientos de soledad y abandono.

No era posible el olvido. No con Ella. No mientras las sábanas blancas de su cama siguiesen confundiéndose con su piel y continuase estrechando su espalda en sus largos brazos intentando llevarla consigo, al futuro; soñando con volver a mirar sus ojos café tostado, deseando sus labios, tiernos, carnosos; enhebrando cuentos con los ondulados cabellos que, mañana tras mañana, rescataba de su húmeda almohada.
Sus días pasaban de la fresca brisa a las profundidades abismales en la terrible escena del abandono. Imposible olvidar. No a Ella. Ella, que se había acordado de que hoy era su día.

Se dejó caer en la cama y comenzó a leer aquella tarjeta que llegó con el viento de "marzos" olvidados.

¡ATENCIÓN!
Abrir con cuidado.
Esta tarjeta contiene una cantidad infinita de viento, arena y salitre recogidos desde una pequeña porción de playa donde quedaron enterrados dos pares de pies...

“Feliz cumpleaños.”

Alguien lo había dicho: “La felicidad es el fantasma que habita en una gota de lágrima.”

La Silla de Plata




Para Luigi







La princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,

que ha perdido la risa, que ha perdido el color.

La princesa está pálida en su silla de oro,

está mudo el teclado de su clave de oro;

y en un vaso olvidado se desmaya una flor.


"Sonatina"
Rubén Darío



"La bambina dei capelli biondi
raccoglie i suoi sorrisi perduti:
li mette in bocca
si siede nella sua sedia di argento
e fa chiamare al Fiato che,
soffiando forte,
li lascia nelle triste bocche."

Cuentan que una vez existió una niña de cabellos rubios que regalaba sus sonrisas sentada en una silla de plata. Tenía tantas que se le escapaban del borde de sus labios y tenía que ir corriendo tras ellas para poder atraparlas y meterlas de nuevo en su boca. Después, se sentaba en su silla de plata, que era mágica, y hacía llamar al aliento para que soplara fuerte y las depositara en otras bocas.

Y así pasaba la mayor parte del tiempo esta niña de cabellos rubios que columpiaba sonrisas en su silla de plata.

Hasta que un día se le acabaron las sonrisas. ¡No recordaba cómo eran! Se asustó mucho y se dijo que aquello no podía ser más que un sueño, que tenía que serlo y que no tardaría mucho en despertarse. Pero pasaba el tiempo y las sonrisas no volvían. Decidió ponerse delante del espejo y empezó a hacer muecas para ver si le salían. Exhibió con triste elegancia su carita ovalada y una minúscula naricita que armonizaba con sus medianos ojos y su boca de fresa que entubó, y luego su frente, después las cejas y hasta las orejas, subiendo y bajando como si estuviesen columpiándose... y empezó a llorar. Lloró desconsoladamente durante tanto tiempo que tuvo miedo de quedarse también sin lágrimas. Llorar está bien, se dijo, pero uno tiene que parar tarde o temprano, y entonces hay que decidir qué hacer.

Así que la niña de cabellos rubios que había perdido sus sonrisas, se puso en pie y paseó la mirada a su alrededor con suma atención intentando encontrar algo que le hiciese reír. Desalentada, se acercó a la ventana y vio a su abuela columpiándose en su silla de plata, que era mágica, con el mismo rostro de alegría que ella, como un doble, pero de adulta… Y le hizo tanta gracia verse cómo sería cuando fuese grande que empezó a arrugársele la naricita y la frente, y los ojitos se le achinaron hacia arriba y a los lados, y sus orejas subían y bajaban columpiándose al ritmo de su carcajada para después, durante un instante, columpiarse al otro extremo devolviendo las orejas hacia abajo, desarrugando la frente, dejando a los ojos chinos para recuperar los redondos, extendiendo las arrugas de su nariz. Una sinfonía concertada de gestos y muecas que oscilaban entre la alegría y la seriedad, cambiando cada segundo y a gusto, como si fuera varias niñas a la vez, y para que nunca se le olvidara que las sonrisas, aunque nos parezcan todas iguales, son únicas en cada rostro…

Y así pasó la mayor parte del tiempo esta niña de cabellos rubios que columpiaba sus sonrisas en una silla de plata.


-Algo sobre mí en el primer comentario.-

Lunes de Soslayo








Es el amor.
Tendré que ocultarme

o huir.


"El Amenazado"
J.L.Borges


-¡Mon dieu!1
-¿Qué pasa, Bernadette? ¿Qué dice?
-Pero… Il n'est pas posible2! ¡Esto es una barbaridad, une sottise3, una incongruencia! ¡Estos del gobierno se han vuelto majaras! Je ne comprends pas4.
-¡Como sigas alternando el francés y el español de esa manera voy a pensar que eres tú la que te has vuelto majara! ¡Haz el favor y dinos de una vez que dice el dichoso edicto!
-Paulette, no la atosigues mujer, que ya sabes que nuestra querida hermana se toma las cosas con su tiempo.
-¡Qué tiempo ni que ocho cuartos! Odette, lo que le pasa a tu hermana es que es corta de luces desde que nació, eso es lo que le pasa.
-¡Paulette!
-¡¡¡¿¿¿Qué???!!! ¡Pero si es la verdad!
-Según esto se prohíbe a todo ciudadano del país dejar fluir los impulsos amorosos en los días lunes, las 24 horas del día sean estos hábiles o festivos...
-Lo que yo te diga, Odette: Corta.
-Pues seré corta, Paulette, pero sé leer y eso es exactamente lo que pone aquí. Mirad.




EDICTO
BOP 180



Debido a la gran crisis económica que está sufriendo el país y dada la actual coyuntura en la que muchas empresas atraviesan dificultades económicas, mandamos elaborar un minucioso estudio sobre la pérdida del tiempo laboral provocada por los efectos que causa en los individuos el llamado “Síndrome del Enamoramiento Inicial”. Según este estudio realizado por personal altamente cualificado se desprende que el embobamiento que produce el enamoramiento inicial, sumado a la propiamente natural del inicio de semana, sería una de las causas principales de la total falta de concentración y en consecuencia de una baja progresiva de la productividad.
A fin de abaratar los altos costes que suponen para las empresas y en consecuencia para la economía de este país dicho síndrome, nos hemos visto obligados a tomar medidas preventivas por lo que prohibimos a todo ciudadano/a del país dejar fluir los impulsos amorosos en los días lunes, las 24 horas del día sean estos hábiles o festivos.

Art. I

“Se prohíbe terminantemente so pena de sanción mirar directamente a los ojos a cualquier individuo/a que haya sido calificado como de “alto riesgo”. Esto es, aquellos que provocan una alteración del ritmo cardíaco y espasmos estomacales, acompañado de sudoración y sequedad bucal, así como pérdida momentánea de la realidad e incapacidad de vocalizar correctamente.”


Con el objeto de evitar sanciones les adjuntamos una serie de medidas para contrarrestar los embates de nuestra comprobada naturaleza lasciva:

Entrene desde ya sus ojos. Colóquese delante de un espejo y realice movimientos de derecha a izquierda y viceversa. Realizando este simple ejercicio estaremos aumentando considerablemente el radio de acción del rabillo de estos órganos, muy útil en situaciones de riesgo como puede ser el que usted se encuentre caminando por la calle y vea venir de frente a su victimario/ria sin posibilidad de escapatoria en cuyo caso podrá seguir caminando mirando de soslayo. Se insta a cruzar rápidamente la calle aún a riesgo de costarle la vida si no ha seguido la medida anteriormente citada. Pasado el peligro, no se le ocurra volver la vista atrás; se le sancionará doblemente.

Recuerde: Hay cámaras aéreas invisibles en todo el país.

¡Que c'est beau l'amour5!



1¡Dios mio!
2¡No es posible!
3un disparate
4No entiendo nada
5¡Qué bonito es el amor!

De Espaldas al Viento








(I)

Siempre aspiré a que mis palabras,

las que llevo al papel,

continuasen llorando

-de pena, de felicidad, de desesperanza,

al fin, todo es lo mismo-,

porque yo las había llorado antes;

antes de que desembocasen en el papel blanquísimo,

en el papel deshabitado, que es el morir.

Dejarían en él los ecos asordados, empañados,

de lo que tuvo vida.

Alguien advertiría la humedad de las lágrimas,

lloraría por seres que jamás conoció,

que acaso no es posible que existieran

aunque estuvieron vivos

en el recuerdo o en la imaginación.

Lloraríamos todos por los desconocidos,

los -para mí -difuminados

en la magia del tiempo.



A orillas del East River
De "Cuaderno de Nueva York"

José Hierro


Desde aquí, donde siempre desembarco, cuando el ocaso se aproxima y el atrayente misticismo del paisaje llega a su punto de apogeo en las desiertas orillas de la playa, intento comprender el porqué de esa sombra que se extiende entre los pliegues de la melancolía hasta quedarse anclada en pos de una realidad que fabrica el hambre de un abrazo agudo, ausente. Como ausentes las letras de ese libro que me regalaste y que ahora están borrosas por las lágrimas y sin embargo, yo consigo leer anidando mi voz con la tuya, con el sustento de tu respiración junto a mi rostro, al resguardo de los vientos que me llevan allí donde no hay cometas.

Se me hace raro no verte caminando junto a mí en esta orilla, bajo este calor que, extrañamente, es mucho más soportable que aquellas tardes de niño. Aunque supongo que el calor es lo que menos me importaba cuando disfrutaba correteando de un lado a otro mientras hacía piruetas en el cielo con mi cometa encima de nuestras cabezas, de espaldas al viento, estirando y dejando ir el hilo, y tú me avisabas cuándo era el mejor momento para hacerla volar.


-¡Ahora, hijo! ¡Ahora!- chillabas tú inundado de orgullo cuando conseguía hacerla volar, caracolear ante los embates del viento variable. Y te sacabas de no sé dónde esas risas tuyas sin fondo, que se desprendían de sus bordes y, llevadas por el viento, se iban perdiendo en el límite del tiempo de aquellos primeros días de vuelo desbordando ilusión e impaciencia, que fueron a la vez de preocupación por si mi cometa tenía defectos que le impidieran volar y miedo por si una vez emprendido el vuelo, cualquier ráfaga traicionera de viento la derribara contra el suelo.

Y yo me quedaba mirándote mientras caminabas con los hombros desnudos mirando al horizonte que apenas yo podía intuir, casi convencido de tu lugar en este mundo, a pesar de que el mundo apenas había dicho una palabra al respecto, agotando en este océano incontenible el día, y la noche, y tu silencio sin aliento, y la tinta y el papel de aquellas páginas que se mezclarían y deformarían la historia...

-¿Sr. López? ¿Mario López?
- Si, soy yo. ¿Con quién hablo?
- Le llamo desde la editorial Viento. Queríamos felicitarle por su historia y comunicarle que estaríamos encantados de registrarla.
-¿Perdón? Me temo que ha habido un error… yo nunca he escrito nada, mucho menos una historia, lo lamento. Buenas tardes.
- No, no, no me cuelgue Sr. López. No es ningún error, la historia es de su autoría. Es usted un escritor magnífico y nosotros queremos editar su novela.
- ¿Escritor yo? ¿Un magnífico escritor? Mire, no estoy para bromas, así que le agradecería que no me tomase el pelo.
- ¿Y qué me dice del libro que tiene entre sus manos?
- ¿Cómo diablos sabe usted eso? ¿Acaso me está espiando? Pero qué…
- Sr. López, le ruego que me lea en voz alta la primera página; es lo que usted nos mandó y lo único que nosotros tenemos registrado. Por favor.
- Está bien… ¡Dios! Esto es de locos…

“Desde aquí, donde siempre desembarco, cuando el ocaso se aproxima y el atrayente misticismo del paisaje llega a su punto de apogeo en las desiertas orillas de la playa, intento comprender el porqué de esa sombra que se extiende entre los pliegues de la melancolía hasta quedarse anclada en pos de una realidad que fabrica el hambre de un abrazo agudo, ausente [...] “

- Dígame que no le resulta parecido…

Presencia en las Capas del Sueño







El mundo es más azul y más terrestre
de noche, cuando duermo

enorme, adentro de tus breves manos.


"Final"
Pablo Neruda




URGENCIAS MÉDICAS UME
Plaza Calvo Sotelo, 1 y 2
03001
Alicante

INFORME DE URGENCIAS

HISTORIA CLÍNICA: 463875
NÚMERO DE URGENCIA: 379503502
UGENCIAS UME

MUÑOZ GARCIA, ALBA
FECHA NACIMIENTO: 24/08/1970
SEXO: MUJER
ENTRADA: 28/07/2005 HORA: 17:23
SALIDA: HORA:

DIAGNÓSTICO: TCE

Mujer, 35 a.
Traumatismo craneoencefálico por accidente automovilístico.
Consciente. Glaswog de 15 TA: 120/80, Temp 37, FC:110 FR: 14/6.

Mientras se encuentra en urgencias sufre deterioro brusco del nivel de conciencia de forma que solo abre los ojos en estímulos dolorosos, no habla, y solo emite sonidos incomprensibles.
Reflejos oculogiros normales, retirada de miembros al dolor.

Sugiere: Crisis de ausencia.
Placa de tórax: Normal.
TAC: Normal.


“Cierro los ojos y duermo. Siento cómo desciendo en picado hacia el país del sueño, hacia una infinitud del silencio, indivisible, irrompible, y voy bajando, bajando, y puedo medir el grosor del silencio, y es tan fino como una capa de azúcar quemado. Pero alguien no me deja atravesarla. Me agita y me sacude, y me habla intentando despertarme, y asciendo. No quiero, no quiero… grito, grito muy fuerte, mucho, que apaguen la luz de esos faros, que me ciegan, que no griten, mamá dile a papá que no grite, y ponte el pañuelo bien que en cuanto nos subamos al coche se te va a volar, y mis gritos se superponen a esa jauría de voces más lejanas cuyo sentido no alcanzo a descifrar. Y asciendo lento primero, muy rápido después, hacia una realidad que sé no me va a gustar.”


Alba intenta abrir los ojos, pero los párpados le pesan, la cabeza le da vueltas, pero intuye que alguien la zarandea, y le habla, y sin embargo no es capaz de ponerle un rostro a esa voz, y detesta esas luces potentes, extrañas, fantasmales, como esa misma voz que parece llegar desde algún lugar invisible de su mente y que no la deja dormir, que no sabe que está a punto de arrancar su descapotable rojo, que no encuentra las gafas de su madre que deberían estar en la guantera, y que es vital dar con ellas porque su madre no soporta que el sol le de en los ojos, y que sin gafas no habrá excursión y ella no podrá ver la sonrisa de su madre mientras dibuja palabras en la arena y las olas las mastican…

“Cierro los ojos y vuelvo a dormir. Desciendo mientras los gritos, antes potentes, se van haciendo cada vez más imperceptibles, yo no las veo, hija, no están, mira bien, mamá, que tienen que estar donde siempre, mira bien, mamá, pues no, hija, no están, y mira que he sacado todo, ¿eh?, a ver, mamá, déjame a mí. Grito, grito mucho y muy fuerte, y me paro en el semáforo, freno y el coche se detiene, sujétate fuerte el pañuelo, mamá, que se te va a volar, y escucho sus risas mientras se lo asegura con un nudo debajo de la barbilla, y se marcha, riendo, sin volver la cabeza, y entonces comprendo que siempre la tendré aquí mientras vaya descendiendo las sucesivas capas del sueño. Subo.”

- Hola, por fin te has despertado.

Giros Nocturnos






Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne;
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.
Aunque sólo sea una esperanza,
porque el deseo es pregunta cuya respuesta
nadie sabe.


"No decía palabras"
Luis Cernuda

Estoy loco por ti, Laura, y tú lo sabes, que estoy loco por ti. Y te quiero, Laura, eso también lo sabes, Laura. Por eso hemos tenido hijos. Por eso seguimos juntos después de tantos años. Por eso no me callé mi infidelidad. Por eso me giro imponiéndome una lentitud que mi deseo desmiente. Por eso me excita tu obstinada ignorancia mientras percibes la dureza de mi sexo en ese único refugio que me concede tu espalda, yo lo sé, Laura, lo sé. Por eso me froto contra ti, y te poseo con la necesidad de absorberte, de mantenerte dentro de la calidez traidora de mi memoria, y me corro en tu espalda, y sonrío como tú sonríes siempre justo después de correrte, y lo sabes, Laura, tú sabes cómo me gusta ver tu sonrisa flotando sobre tu cara y que me excitas, Laura, lo sabes, y vuelvo a follarte tan deprisa sin sospechar siquiera que cinco minutos puedan estirarse tanto. Por eso sé de sobra todo eso. Por eso no siento la necesidad de comprender mientras imagino el cuerpo de mi amante deseando que fuese el tuyo, que está tan cerca y tan lejos que ya no lo puedo imaginar. Por eso llego al orgasmo una vez más, y yo sé que eso te humilla, Laura, yo lo sé, y me condenas imponiendo el silencio en nuestra cama, y yo me siento preso en una especie de nostalgia perezosa que me impide levantarme. Por eso dejamos escapar los días, los meses, los años… y no hablamos, y no gritamos, y ya no nos amamos, Laura, ya no. Por eso no me voy, Laura, porque estoy loco por ti, porque te quiero, Laura, yo te quiero, y tú lo sabes. Pero yo no sé por qué no huyes tú.

No lo sé, Laura.

AdSurNiVen*






Deshaced este verso.
Quitadles los caireles de la rima,

el metro, la cadencia

y hasta la idea misma.

Aventad las palabras,

y si después queda algo todavía,

eso

será poesía.


León Felipe


"Porque siempre dicen grandes cosas
con palabras muy pequeñas... "





Grandes Amores en Remojo








¡Los suspiros son aire y van al aire!
¡Las lágrimas son agua y van al mar!

Dime, mujer: cuando el amor se olvida,

¿sabes tú a dónde va?

IV
G.A. Bécquer


Me llamo Daniel, tengo 32 años, un título universitario de Literatura en el bolsillo derecho y una esponja de baño en el izquierdo que uso en caso de mal de amores.

Por alguna extraña razón, un buen día se me ocurrió que a lo mejor podía “desecar” el amor con una esponja de baño marina y a partir de ese momento empecé a observar con otros ojos a mi bañera. Como hasta ahora me ha ido muy bien el truco y puesto que para algo me tiene que servir lo que llevo en el bolsillo derecho, he decidido escribir un manual para todos aquellos que quieren olvidar un amor y no saben muy bien cómo. Eso sí, absténganse los amores fáciles, los ricos, los pobres, los acomplejados, los vanidosos; los que nos tratan como si fuéramos transparentes, los que ni nos dan los buenos días, los pelmas, y los que se van cuando todavía no hemos echado la llave. El truco sólo es apto para los grandes amores, y funciona únicamente para 4000 esponjas marinas "desecadas".

Reserva dos horas –como mínimo- de tu tiempo. Llena la bañera hasta arriba de agua salada y crea un entorno lo más parecido al mar. Yo suelo poner barquitos de colores, muñequitos de plástico, patatas de varios tamaños para que simulen piedras, dos macetas verdes que hacen de algas; caracoles y conchas que colecciono desde que era pequeño… Cuando me siento muy jodido, incluso le meto hasta sardinas frescas.

Cuando ya lo tengas todo listo, métete en el “mar” y lleva contigo la esponja. Mientras te enjabonas intenta recordar algún poema* que hable del desamor, tipo:

"Acaso fue porque amé de lejos/ como una estrella desde tu ventana.../ Y la estrella que brilla más lejana/ te parece que tiene más reflejos/ Tuve su amor como una cosa ajena/ como una playa cada vez más sola/ que únicamente guarda de la ola/ una humedad de sal sobre la arena"

Una vez aseado y perfumado, quita el tapón de la bañera y deja que el agua del mar se vaya por el desagüe. Parte de esa agua acabará absorbida por nuestra esponja; cógela y ponla en un sitio fresco y seco. Lo más aconsejable es que la entierres en alguna baldosa de tu baño, pero también puedes ponerla en un tapperware y dejarla al sol; va a gustos.

Limpia la bañera y guarda las sardinas en la nevera. Son tu cena.

Pasados unos días comprobarás que la esponja se ha "desecado" y tu gran amor, olvidado… Desaparecido.


*Canción del amor lejano
José Angel Buesa

Pedacitos de un Tiempo Helado






Afuera hay un ocaso, alhaja oscura
engastada en el tiempo,

y una honda ciudad ciega

de hombres que no te vieron.

la tarde calla o canta.

Alguien descrucifica los anhelos

clavados en el piano.

Siempre, la multitud de tu hermosura.


A despecho de tu desamor

tu hermosura

prodiga su milagro por el tiempo.

Está en ti la ventura

como la primavera en el hoja nueva.

Ya casi no soy nadie,

soy tan sólo ese anhelo

que se pierde en la tarde.

En ti está la delicia

como está la crueldad en las espadas.



J.L.Borges
Sábados




-El cortado se te va a quedar helado.

Levanté los ojos del mantel, le miré un momento, asentí, y seguí haciendo dibujos de azúcar con el dedo. Continué contemplando el transcurrir de la existencia desde la mesa del bar donde siempre tomábamos el café de las tres, y pensé en aquel adjetivo certero, exacto y sin embargo ambiguo que acababa de escuchar; que cayó sobre mí igual que cayó en esa tarde, sobre esa ciudad, la inclemencia del invierno. Y no dije nada. Estaba muy lejos, muy cerca de él, me había perdido entre los dibujos de azúcar, entre la gente que cruzaba deprisa por el parque, bajo el luto del paraguas, entre ese viento que parece alterar el orden estético de la lluvia… Suspiré. Y sonreí cuando me percaté que unas gotitas de lluvia jugaban a las carreras en ese soplo de aliento que había dejado en el vidrio de la ventana.


-Cuando sonríes pareces un sol como los que pintan los niños pequeños, un globo amari…

-Ya no te quiero- y lo dije de una vez, sin vacilar, sin esconderme, mirándolo de frente; con la seguridad que proporcionan los papeles ensayados.




"Sigue leyendo este relato..."


Es bella la tarde en los umbrales del caos. Las palabras se desdibujan mientras a lo lejos se escuchan los lamentos tocando el ángelus. Una pregunta se asoma por el alero de la boca y deprimida regresa al nido llevando sobre sus puntos algunas motitas de amargura... Y no dijo nada, no habló, no se movió, ya ni siquiera me miraba, y yo empecé a desconocerme mientras me advertía a mí misma que era mejor que me quedase callada.

-El cortado se te va a quedar helado…- fue todo lo que me dijo después de levantarse. Lo miré un instante desde abajo, le vi coger su abrigo, enlutarse bajo su paraguas mientras se encaminaba hacia ese viento que altera el orden estético de la lluvia. Le vi mezclarse con la gente que cruzaba por el parque, como si tuvieran prisa, como si fueran a alguna parte… Al otro lado de la calle una anciana pasó frente a la iglesia y, sin mirarla, se bendijo de memoria, y continuó contando sus pasos apoyada en un bastón mientras su perro pisaba el sol reflejado en un charco de agua, a la orilla del andén. Sólo entonces me di cuenta de que la lluvia había amainado y de que era la hora de partir. Pagué. El camarero retiró el servicio dejando al descubierto una servilleta de papel con los versos que él me había dejado; constancia de ese pedacito de tiempo helado …

El Buque del Viento






"Con música de Zbigniew Preisner"


Sentado junto a la ventana,
A través de los cristales, empañados por la nieve,

Veo su adorable imagen, la de ella, mientras

Pasa... pasa... pasa de largo...


Sobre mí, la aflicción ha arrojado su velo:
Una criatura menos en este mundo
Y un ángel más en el cielo.

Sentado junto a la Ventana,

A través de los cristales, empañados por la nieve,

Pienso que Veo su imagen, la de ella,

Que no pasa ahora... que no pasa de largo...


Fernando Pessoa
"Cuando Ella Pasa"



“Antes de dormir

te vas a divertir.

Elije un sueño sin mirar,

nunca sabes cuál será”


Julia elegía volar.
Todas las noches volaba subida a la cresta de una suave ola, y se embarcaba en el buque del viento con el que surcaba campiñas de azules inmensos para poder bañarse en las ocres aguas de su estrella.
Todas las noches eran diferentes, y mágicas, y horizontales, y en todas encontraba siempre mágicos personajes que le preguntaban hacía dónde iba, y por qué, y para qué, y ella sólo sonreía para seguir meciéndose en la suave ola y llegar hasta su estrella. Pero por más que navegaba, por más que llegaba a lo alto del azul inmenso, por más que se pusiese de puntillas en la proa del buque del viento, siempre, siempre, se topaba con una ventana que le impedía alcanzarla.
Para Julia, como para todas las criaturas inocentes, aquello significaba el fin del mundo, el despertar de un secreto sueño. Y se quedaba pegada a los cristales como si fuera una estampa viendo pasar de largo a su estrella… su sueño… pasar… pasar de largo…

A pesar de ello, Julia nunca dejó de faltar a la cita, y todas las noches cantaba:





“Antes de dormir
te vas a divertir
Elije un sueño sin mirar,
nunca sabes cuál será.”


Lo que Julia no sabía es que, todas las noches, desde lo alto de esa ventana, la estrella miraba su carita aplastada en el cristal, con la barbilla sumida y la naricilla chata… y se reía mucho porque le hacía mucha gracia, y le decía que era una niña muy guapa.

Pero de pronto, una noche, dejó de ver aquella carita pegada en el cristal. Para la estrella, como para todas las criaturas celestes, aquello significaba el fin del firmamento, el despertar de un gracioso sueño. Se quedó esperándola en el azul inmenso una noche, y otra, y otra más… hasta que decidió abrir la ventana para ir a buscarla. Y no lo había siquiera pensado cuando de repente, aquella niña tan graciosa que siempre le hacía reír con su carita estampada en el cristal, con la barbilla sumida y la naricilla chata, apareció detrás suya.

Julia había alcanzado su sueño.
Y abajo, en el marrón inmenso, repicaban las campanas…

En los Renglones de tu Memoria




*A la memoria de Don Antonio y Doña María de los Ángeles. A quienes nunca conocí y sin embargo tanto quiero.




"Un tango para María de los Ángeles"
Letra



Cuando en tardes que sobran las palabras y el día
sólo somos tú y yo, cada cual con su espera
y sin embargo atados en la misma carrera
en el afán de luz, en la oscura alegría.

Cuando nada se entiende sino en tu compañía
que le pone a los pasos un eco de bandera,
cuando ya todo el sueño se curva en tu cadera
y sólo en ella crecen velas, barcos, bahía.

Cuando un día se sabe que pueda ser distinto
y se enciende la vida mientras amas y mueres,
cuando nada es distinto pero todo se evoca.

Cuando se pide a un cuerpo la luz de un laberinto
y naufragan los días sin saber ni quién eres
y me pides silencio con un dedo en la boca.


Jorge Egea




“Nací en España, pero cuando te vi supe que era Murciano.“

En el año 1937 Don Antonio rondaba los 57, era alto, seco y enjuto, y su espalda se mantenía enhiesta como una espada, las facciones curtidas por los vientos secos de Marruecos, dos hijos desaparecidos en el frente de Madrid, otro sin brazos por “esas cosas estúpidas que se hacen llamar máquinas”, y una mujer, Doña María de los Ángeles, postrada en la cama. Hacía un año que “se le había despertado el mal que por lo visto la pobre llevaba” en la pesada blandura de su cuerpo.

- Anda, Antonio, cuéntame otra vez cómo te hiciste Murciano- dijo Doña María mientras éste la ayudaba a incorporarse en aquella casa en la que se había convertido las cuatro esquinas de su lecho.
- Pero ¿qué te voy a contar que tú no sepas ya, mujer? ¡Si te lo he contado centenares de veces! O sino, acuérdate de cómo me hizo callar tu padre, tan harto como estaba de escuchar tanta cursilería -le contestó Antonio con fingida cólera.
- Anda, Antonio… cuéntamelo, ¿sí? –le dijo María sonriendo en honor al ingenio de su marido-. Mira que mi padre ya está bien “colocao” en su tumba-.

Y por enésima vez, Don Antonio le contó a su esposa lo que tantas y tantas veces le oyó recitar en esas tardes de agosto como aquella, cuando se sentaban en sillas con respaldo de madera y asiento de anea, uno al lado del otro, junto a la puerta de su casa en la Calle de la Paz “pa’ que les diese el aire”.

"Sigue leyendo esta historia..."


En la época en que conoció a quien llegaría a ser la mujer de sus desvelos, él acababa de ser ascendido al grado de Cabo de Carabineros. Paseaba por la plaza de su pueblo, Águilas, cuando se encontró de frente con aquellos ojos tan oscuros, tan profundos y tan expresivos, que ya no pudo ni quiso dejar de mirarlos. Fue tal el flechazo de amor que recibió de esos ojos que, aquella noche, cuando regresó a su casa, le compuso unos versos. Al día siguiente la buscó, rezando para que la suerte le acompañase y pudiese encontrarla en la misma plazoleta de la tarde anterior. Y así fue como aquella tarde de Agosto de 1989, Doña María de los Ángeles vio venir de frente a un hombre vestido con un uniforme gris-verde, con el pecho saliente y una sonrisa que dejó entrever la perfección de su mandíbula y que, sin mediar palabra, le hacía entrega de aquellos versos que él le había compuesto la noche anterior. La leyó con aquellos ojos que habían condenado a los de Don Antonio a una impotencia peor que la ceguera y que ahora con tanto asombro le miraban, y pensó que por mirarlo, ya le amaban.

- Y después de eso, y de unas cuantas cosas más, nos embarcamos hacia Mallorca- prosiguió con lágrimas en los ojos. A Don Antonio, que no lloraba nunca, que no lloró cuando se le desaparecieron sus dos hijos, ni cuando le amputaron los dos brazos a otro de su hijos, ni cuando se le murió su madre sin estar él presente, se le quebró la voz, aquella voz que siempre decía cosas muy grandes con palabras muy pequeñas y que en ese instante se le volvió delgada, fina como el cristal, rota; una voz suya y al mismo tiempo extraña cuando comprendió que ese “padecer la pobre, era imposible poder explicarlo”. – Ay, María…-.

Y Doña María de los Ángeles puso su dedo índice en los labios de su esposo rogándole de esa forma un silencio que era de los dos, un silencio que guió sus pasos hasta aquella tarde de agosto de 1898 en la que vio venir de frente a un hombre vestido de uniforme verde-gris con el pecho saliente y una sonrisa que dejó entrever la perfección de su mandíbula, para decirle que “nací en España, pero cuando te vi supe que era Murciano.”

Así, amando, murió Doña María de los Ángeles aquella tarde de Agosto de 1937.

-Más en el primer comentario-

Sonrío, Cierro los Ojos y Sueño








Que nos enfurecía.
Solamente nosotros
(camaradas
de una cama ruidosa) y el deseo,
ese difícil viaje de ida y vuelta,
que ahora insiste y me empuja a recordarte

alegre, levantada,
un relámpago abierto entre los ojos,
recogiendo tu falda de joven colegial.

Mientras me sonreías,
yo me quedé dormido
en las manos de un sueño que no puedo contarte.

Luis Garcia Montero
¿Quién eres tú?




Esta mañana, al levantarme te he buscado de nuevo a mi lado. Tu sonrisa se quedó flotando en el aire templado de mis cuatro paredes mientras yo te miraba mucho, muy despacio, con mucha paciencia, durante mucho tiempo, desde las uñas de los pies, cortas y perfectas, hasta los mechones desordenados, irregulares, de tu melena castaña. Te miré como si mis ojos pudieran ver más de lo que estaba a mi alcance, la forma de tus huesos, el color de tu sangre, los músculos bajo tu piel blanca, deslumbrante. Podría haberte mirado toda mi vida sin cansarme.

He querido abrazarte fuerte, meter mi nariz en tu pelo y respirar hondo y quedarme dormido en tu nuca, y volver a despertar tarde contigo en la cama sudando, acariciándote toda, desde las piernas, desde tus ingles a tus pechos pasando por tu pelvis blanca y tu sexo y acoplarme a ti desde atrás; besarte en tu cara, en tu frente, en tus ojos, en tu boca... en esa boca que tienes de miel de azahar y de caramelo. Y luego verte sonreír mientras dices algo ininteligible, y abres los ojos, y me miras, y me dices: Te quiero.

Sonrío, cierro los ojos y sueño.

La Suave Cadencia de mis Letras






De Botones y Un Corazón:
Damien Rice -"Cannonball"

La Fisura del Sentido:
Ludovico Einaudi -"Nuvole Bianche"

El Hueco de mi Cuerpo:
Alberto Iglesias -"Los Abrazos Rotos (bso)"

Reflejos Acuáticos:
Mika -"Over my Shoulder"

Cuando Me Encuentren:
Melody Gardot -"Good Nite"

La Silla de Plata:
Rondo Veneziano -"Gondole"

Lunes de Soslayo:
Yann Tiersen -"A quai"

De Espaldas al Viento:
Lucio Godoy -"Los Lunes al Sol"

Grandes Amores en Remojo:
Vitamin String Quartet - "Hallelujah"

Sonrío, Cierro los Ojos y Sueño:
Elmer Bernstein - "To Kill A Mockingbird"


Ruptura sin palabras










Sin hablar, sin nada
sentí que ya estábamos
frente a frente. Toda
desnuda te vi
en tu yo más malo.
Lo que yo te quise
-qué tiempo lentísimo-
en minutos rápidos
se iba desamando.


"Ruptura sin palabras"
De Fábula y Signo
Pedro Salinas




Dejé la copa en la mesa, peligrosamente cerca de su borde, me acerqué a la ventana y me quedé ahí, con esa absurda sonrisa satisfecha mientras sentía su asombro recorrer cada uno de mis movimientos. El silencio pareció convertir aquel salón en un lugar inhóspito, frío, lleno de goteras, de amenazas invisibles y dañinas. De pronto, algo se rompió. No una copa de cristal que, al dejarla en un lugar peligroso, busca su curso natural y cae al suelo. Ni un jirón en un vestido. Fue más bien la rotura de una línea. Un impacto en la espesura de los muros que ahogaban la naturalidad de todos los gestos, todas las palabras, y el sigilo con el que acostumbrábamos a caminar sobre las sílabas, sobre las miradas, sobre las caricias. Se nos fueron las ganas. El ayer sería exactamente igual que el mañana. Lo miré de frente. Miré su miedo, su angustia y no me dolió más que esa explosión de rutina que impactó sobre las verdades, y que ahora cabalgaba sobre el tiempo y se detenía en aquellos días en los que siempre era ahora.

Algo se ha roto y a mí no se me ocurre otra cosa que quedarme ahí, con esa absurda sonrisa y una expresión de existencia colmada.

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