Los Picaportes de mi Vida






Nos toma sin un porqué,
sin hora señalada,
sin un tímido ademán sobre la espalda;
franquea el instante su presencia advenediza,
pálida huésped
con su viudez de fiesta.

Y se asila en silencio,
fibra a fibra
se instala en nuestro lecho y nuestra mesa,
trasgrede todo muro, toda puerta
donde el alma se defiende
en pro y en contra.

"Presencia de la tristeza"
Flor Alba Uribe

Frio día.
Respiré el aire limpio, húmedo, de aquella mañana de invierno.
La calle estaba preparada para entregarse al caer de una lluvia que involucra aguas y hojas, desatadas desde el cielo. Algunas ráfagas cómplices se avecinaron y absurdas, comenzaron a adentrarse en la casa llevándose consigo ropas, pieles y amores.
La lluvia se lo lleva todo y hasta lo que creemos nuestro, ya no lo es.

Y entonces, tirité. Eché a correr por el pasillo blanco, iluminado, hasta la habitación que compartíamos. La puerta, también blanca, con picaporte metálico, se dibuja sobre la pared lisa a intervalos regulares. Me sobresalté al percibir un leve zumbido. Procedía del tubo incandescente de la cocina. O del propio oído, que se esforzaba por captar algún eco, el mínimo crujido.
Silencio. Ni un rumor, ni un paso. Sólo el ronroneo constante del espacio vacío. La respiración del pasillo.

Entré. Registré el armario, la mesilla, la estantería de la que habían desaparecido todas sus cosas, levanté el colchón, abrí los cajones, me tiré en el suelo para mirar debajo de las camas, y aunque no sabía lo que estaba buscando, no encontré ya ninguna cosa que hubiera sido suya.
Nada, excepto yo misma.
ir arriba